Lun. Dic 23rd, 2024

Diálogos con Sofía

  Las siguientes conversaciones, diálogos y ensayos corresponden a horas y horas de largas conversaciones con Sofía, amiga en tiempos de mi estancia en la universidad cuando era estudiante de física…

Dejé a Sofía con esa duda una tarde paseando por el campus universitario de la Diagonal para acudir a nuestras respectivas clases. Días después volvimos a vernos en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía, “El Ovni”, que así era conocida en el campus por su forma arquitectónica. Los esquemas de la realidad que ella creía entender casi intuitivamente se venían a bajo ante el respeto de autoridad que le infundía un estudiante de física que le mostraba la Relatividad especial de Einstein. Pero como Sofía era persona muy curiosa y ambiciosa en acaudalar saberes, sé que pasó unos días dándole vueltas al asunto movida por la intriga.

            En el fondo, más que mostrarle esa realidad, mi intención era hacerle entender la diferencia fundamental a nivel matemático entre la física Newtoniana, presa de la concepción de la física galileana, y la física de la Teoría de la Relatividad Especial de Einstein; diferencias que llevarán a cuestiones o posturas filosóficas sobre cómo entiende el hombre el cosmos y la naturaleza, y se integra en esa realidad para existir en ella. Entendía que Sofía era estudiante de filosofía y que, en la carrera de filosofía, se estudia la “physis”, que proviene del griego y significa “naturaleza”. Pensé también que “anduvo algún día en la Grecia Antigua cuando el paso del Mito al Logos” estudiando a los filósofos griegos presocráticos y socráticos. Como hablábamos del tiempo hice una reflexión para la ocasión, puesto que los griegos presocráticos le atribuían a la “Physis” un carácter de deidad primordial entre las demás y que era uno de los primeros dioses en surgir en el tiempo dentro de la Cosmogonía griega, siendo que los filósofos de Mileto se centraron en su estudio y consideraron que era el principio de la realidad.  A fin de cuentas, ella quería saber cosas del tiempo y la cosmología actual en general, intriga incesante en ella sobre la que jamás le pregunté.

El hombre siempre ha tenido intriga acerca del origen del Universo, de dónde procede lo que existe o parece existir y también acerca de la vida del propio hombre y la humanidad, cuestiones que, en el “fluir del tiempo de la historia del hombre y su búsqueda”,  ha llevado a la humanidad hacia la actual física moderna asentada en las teorías cuánticas diversas y en la Relatividad General de Einstein, o en la actual búsqueda de la Teoría del Todo o Gran Teoría Unificada de las cuatro interacciones fundamentales que se conocen en la naturaleza y el conocimiento de la estructura del cosmos; una mayor comprensión de la naturaleza del Universo físico en el que vivimos. A fin de cuentas, salvo en las religiones u otras cosmovisiones que aluden a fuerzas más allá de las conocidas en la física moderna, la cosmogonía pareció haber transitado hacia la cosmología actual, un término acuñado en 1731 por el filósofo Christian Wolff; la comprensión del Cosmos desde la físicomatemática avalada e inspirada por la experiencia empírica y científica.

            Yo en esas fechas sentía mucha simpatía por el fisicalismo y el neofisicalismo, pero siempre en mí rondaba la cuestión de Dios y a Sofía le interesaba la cuestión del tiempo.

Tomé una hoja y un bolígrafo para poder explicar a Sofía de forma muy geométrica por qué un observador ve que el tiempo de otro observador en movimiento con respecto a él se dilata y viceversa, pues ello provocó un horror lógico que la llevaba a una realidad inimaginable que no lograba comprender, pensando que había vivido hasta ahora “engañada” por la apariencia de nuestro sentido común formado por un constructo evolutivo y social. Pero según los partidarios de la Teoría de Síntesis evolutiva moderna, nuestros órganos sensitivos externos e internos, así como el Cerebro, “sufrieron” un largo camino de evolución hasta la conformación de nuestras fechas. Y no solo por la evolución de los órganos de los sentidos, si no que también por el hecho del sentido común que, como todo apunta, es un constructo social para el consenso. Sofía se daba cuenta que éste le había “traicionado” ante las evidencias físicas que mostraba la Relatividad Especial.

Aunque si quisiésemos ahondar en esto que llamamos “sentido común” podríamos retrotraernos a la Antigua Grecia y contemplar el Nous (intelecto), que correspondía a la parte más elevada del Alma, el Espíritu, para seguir su evolución en “el tiempo histórico”; una evolución en forma de ramas a causa de los diversos filósofos. Un punto de inflexión en su “camino evolutivo” de este concepto lo fue ante la disputa entre empiristas y racionalistas que, con Descartes en su “Discurso del Método”, vino a hacer una crítica a éste para hacernos dudar de él y estableció el sentido moderno más común cuando afirmó que todo el mundo tiene una cantidad igual y suficiente de “bon sens” y que para usarlo hay que seguir un método lógico que sea escéptico, no confiando por tanto en el “sentido común”.

Más adelante y desde el Siglo de las Luces, en este “tiempo histórico” ramificado por diferentes pensadores del que fue objeto dicho concepto, el término de “sentido común” se usaba para la ciencia de la retórica, suponiendo que en él “descansaban” las normas del buen gusto, la aprobatoria y que era una fuente de axiomas lógicos y científicos. A principios del Siglo VXIII este término adquirió su significado moderno “Aquellas verdades sencillas y evidentes o sabiduría convencional que uno no necesitaba ninguna sofisticación para comprender y ninguna prueba para aceptar precisamente porque concordaban muy bien con las capacidades intelectuales básicas (sentido común) y las experiencias de todo el cuerpo social.” –Según apunta la historiadora Sophia Rosenfeld- En la Ilustración del S. XVIII el “sentido común” pasó a ser la base del pensamiento moderno en contraposición a la metafísica, dejando de lado con ello a la estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad; y al cartesianismo, que eran propios del Antiguo Régimen.

Pero en mi opinión, la experiencia se antepone a la razón o se van conjugando en a una “comunicación mutua entre objeto y observador” que ha evolucionado conforme se fueron forjando en la evolución las estructuras neuronales y sensoriales del cerebro y otros órganos del cuerpo humano en los que no entraré ahora.

El sentido común debe rendirse a la lógica – otra cuestión controvertida- y la lógica a su vez a la experiencia empírica. Pues si la experiencia empírica hace que nuestra lógica no la “enmarque”, como sería el caso de la física cuántica, debe entonces elaborarse una nueva lógica adaptada a esa realidad empírica, que en el caso de la física cuántica sería la lógica cuántica, que no cumple la propiedad distributiva. Y si la experiencia no contradice a la lógica, como en el caso de la Relatividad Especial de Einstein, pero contradice el marco teórico de los fundamentos físicos naturales, entonces debemos reformular los conceptos físicos acerca de la esencia de la naturaleza observada en la nueva experiencia.

            En el caso de la fenomenología de la Relatividad Especial los hechos no contradicen a la lógica, pero sí debe reformularse el constructo matemático y readaptarse la concepción de la naturaleza del espacio y el tiempo. En este caso, pasaríamos de un espacio tridimensional  euclídeo en donde el tiempo es independiente y “fluye al mismo ritmo para todos”, a un espacio de Minkowski donde espacio y tiempo están “intrincados”, siendo el tiempo “un eje más”, como lo son los tres que conformaban el espacio euclideo tridimensional clásico, pero con una forma de medir las distancias algo distinta a causa de un hecho experimental que se toma como axiomático, la constancia de la velocidad de la luz para cualquier observador independiente de su estado de movimiento.

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